Por
Rolando Sarmiento Ricart. Al
libertador Simón Bolívar y a José Martí, en tiempos diferentes,
los unió la historia de una sola América, avasallada por el imperio
español.
Físicamente,
por supuesto, no se conocieron, pero aquel joven cubano amante de la
libertad de su Patria, supo del dolor del “indio”, de la
esclavitud de los hombres de nuestra América y juró dar la vida por
los pobres del mundo como lo hizo el prócer suramericano.
Un 20
de enero de 1881, llegó a Venezuela en barco desde Estados Unidos,
incipiente monstruo que él “descubrió” y adelantó, porque
vivió en sus entrañas y, sin sacudirse el polvo del camino, ni
comer ni dormir, viajó por cerros y caminos terrosos hasta Caracas,
para ver y admirar a Bolívar.
Cuando
Fidel Castro visitó por primera vez a Venezuela en 1948, Hugo Chávez
no había nacido. El líder de la Revolución Cubana, después que
bajó triunfante de la Sierra Maestra, ese mismo año 1959, volvió
por segunda vez a la tierra de Bolívar y en la tercera ocasión
-febrero de 1989- en el Palacio Blanco de Miraflores, Chávez,
militarmente, lo saludó por vez primera, cual si la historia se
uniera al llamado de la Sierra Maestra y de los Andes, desde el Río
Bravo hasta la Patagonia.
Siglos
diferentes sobre el mismo mapa de explotación, luchas, reveses y
victorias, Fidel, con Martí bien adentro y Chávez, cabalgando al
lado de Bolívar, desafían a un nuevo imperio que no quiere que el
“indio libre de la esclavitud”, aprenda a leer las mentes de los
héroes con letras verdaderas y dejen los pesados fardos en minas
propias, para que el planeta escuche su voz, sus cantos y las risas
de una nueva vida, que el látigo colonial y transnacional quiso
acallar... hasta que el ALBA sacó su sol por el sur del
continente.
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