Raíces en los pies descalzos de Rafael

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Robert,  el padre, llegó de Haití, pero sus antepasados fueron arrancados del África, bajo el tronar de los tambores que trajeron metidos en la sangre rebelde y que jamás el látigo de la esclavitud pudo acallar.


Quizás realmente nunca se llamó así, pero los amos eran dueños también de los nombres y por eso un día escapó a Cuba a ganarse la vida en el campo, e hizo familia junto a una holguinera de la serranía.

Sin embargo, fue otro a partir del triunfo de la Revolución en enero de 1959, cuando desaparecieron el hambre, los desalojos: los latifundistas,  la  temida guardia rural y los capataces abusadores.

Desde entonces tuvo  caballo propio, el mejor amigo para él, más que el perro fiel, porque le servía de transporte total y para halar el arado en la preparación de los suelos de cosecha sin tener que hacerlo escondido de los latifundistas en las orillas del camino, la línea de ferrocarril o las guardarrayas de los campos de caña.

Robert, el padre, fue carretero de muchas zafras del pueblo y estuvo pegado a la tierra hasta que se sembró en ella para siempre.

Cuando Rafael Robert  Dicenario (el hijo) lloró por primera vez, los tambores retumbaron en el Guanal, Pueblo Nuevo, entre cañaverales del oeste de la provincia de Camagüey, la de mayor extensión territorial de Cuba.

Dicen los vecinos que ese día el caballo blanco del padre relinchó por única ocasión y los gallos finos batieron alas entre cantos de pelea, mientras el dominó calentó más que el sol las tablas de la mesa.

Eso sucedió hace 44 años. Ahora, pisa con pies desnudos los surcos descubiertos y deposita las semillas de caña de azúcar. Va silencioso detrás de la carreta junto a sus compañeros de brigada que alborotan y, él, Rafael, “Robert” hijo, sin embargo acapara la atención por su espigada figura y porque es el único que no usa botas de trabajo.

¿Por qué no usa zapatos?, ¿no tiene?


“Los dejé allá (señala a lo lejos en el campo roturado).No soporto los calzados, me gusta andar descalzo. Cuando llego a la casa lo primero que hago es quitarme las botas o lo que traiga puesto.

“Cuando único uso botas es durante el riego de herbicidas, y para que tú veas, es la tarea que más me gusta de la agricultura.

“Estudié hasta la Secundaria  Básica; y pude seguir, pero la verdad prefiero el campo y todas sus labores me son afines.

“No, no soy fiestero, ni fumo ni tomo bebidas alcohólicas, prefiero el refresco, mucho refresco…Sí tengo mis gustos, como montar a caballo, el rodeo y las carreras de cintas; todo eso me encanta”.

¿Si volviera a nacer…?

“Quisiera ser pelotero, del equipo de Santiago de Cuba.

“Mi papá murió a los 86 años y  aunque hablaba poco y  hacía más, me contó los trabajos que pasó antes de nacer yo, cuando vivía en chozas, ganaba muy poco y no alcanzaba para comer, y sembraba escondido en pedacitos de grandes latifundios: vivía suelto, pero como esclavo, como mis  abuelos y bisabuelos”.

Y Rafael sonríe y aprieta las cañas que producirán azúcar en las venideras zafras del ingenio Carlos Manuel de Céspedes, y antes de incorporarse de nuevo a la siembra de los surcos abiertos, solo pide, con algo de humildad, una cosa:

“Caballeros, no me vayan a retratar los pies, mi viejo trabajó descalzo por necesidad mucho tiempo, pero yo tengo mis botas y si lo hago es porque me gusta sentir el calor de la tierra alimentando mis raíces. (Fotos Orlando Durán Hernández).

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