¿De cuál democracia hablan?



Lo viejo, por lo general, se resiste a lo novedoso por ese hábito añoso que consolida el conformismo de que toda la vida ha sido así y nada debe cambiar, sin embargo, no es el caso de las elecciones en Cuba: la mayoría adulta que se quedó aquí después de 1959 no quiere ni acordarse de aquellas farsas tragicomedias que removían los cimientos populares de las grandes necesidades sociales disfrazadas de un clímax “festivo” de congas, pasquines, altoparlantes, plan de machete, compra de votos a cambios de falsas promesas y fraudes en las urnas.


Los politiqueros que abandonaron el país aquel Primero de Enero - cuando el pueblo triunfante tomó por asalto las calles-, se llevaron además de sus joyas y riquezas obtenidas en los mañosos comicios, las nostálgicas imágenes congeladas de sus tiempos de democracia representativa y algunos carteles, pasquines y periódico viejos con los rostros regordetes y sonrosados; ataviados trajes de dril blanco o guayaberas, sombreros costosos cobijando una forzada sonrisa, y también la empecinada esperanza de volver algún día a la repartición del jamón del poder.

El autor de estas líneas tenía 11 años cuando ellos y su titiritero democrático, Estados Unidos, hicieron el último intento político para evitar el triunfo de la Revolución: las elecciones del 3 de noviembre de 1958, en las cuales se postularon para la presidencia Andrés Rivero Agüero, por la Coalición de Partidos Gubernamentales; el ex mandatario Grau San Martín, por el Partido Revolucionario Cubano (Autentico); Carlos Márquez Sterling, Partido del Pueblo Libre y Alberto Salas Amaro, por el Partido Unión Cubana.

Junto a las tristemente célebres figuras de los postulados de urgencia ante la inminente caída del sanguinario tirano, Fulgencio Bastista, resultaban irónicos también los nombres de los Partidos: para un pueblo que no era libre, ni había unión nacional y mucho menos ninguno de sus representantes quería revolucionar aquel estado de cosas, matizado por el analfabetismo, la insalubridad, el desempleo, la miseria y el desgobierno.

Algunos de aquellos presidentes “fabricaron” slogan y frasecitas edulcoradas en sus propagandas electoreras. Grau, decía: La Cubanidad es amor, y las mujeres mandan; sin embargo, ninguna mujer podía postularse para presidenta ni ningún cargo público, salvo la primera dama esposa del presidente de la República, y mucho menos negros y pobres tenían derecho para ser nominados.

Eso sí, los analfabetos votaban con el dedo pulgar entintado sobre la boleta y hasta los muertos ejercían el sufragio porque a sus familiares, sobre todo en el campo, les compraban las cédula del fallecido y de toda la familia a cambio de una beca para un hijo, una cama en un hospital para un enfermo o un turno para una gestión social que después de los comicios “si te dije no me acuerdo…hasta las próximas elecciones”.

Otro que tiraba su gancho electoral era el ex presidente Carlos Prío Socarrás: “Yo quiero ser un presidente cordial” –decía- , y Batista, creador del sofisticado fraude en las urnas conocido por el “pucherazo”, proclamaba: ¡Salud, salud, Salud...!, mientras asesinaba a más de 20 000 cubanos. Después, en la madrugada del 31 de diciembre de 1958, huyó con todo lo que quedaba del tesoro nacional, en tanto el Ejército Rebelde de Fidel Castro Ruz, entraba victorioso en Santa Clara con el Che Guevara al frente.

La otrora historia es bien conocida para quienes las sufrieron y para aquellos que desde Miami y otros “refugios” internacionales, se dedican a tergiversar las actuales elecciones en Cuba y persisten en que vuelva su “democracia” , pero no entienden, jamás comprenderán, lo imposible del tiempo irreversible, porque quedaron anquilosados en las añoranzas electoreras del quítate tú que me toca a mí.

En Cuba, los más nacieron con la Revolución y votaron por primera vez a partir del 1976 o después, para elegir en comicios parciales cada dos años y medio los delegados a las asambleas municipales del Poder Popular y cada cinco, en votaciones generales, a los miembros a las asambleas provinciales y diputados al Parlamento, donde están físicamente representados todos los segmento de la sociedad socialista.

La verdadera democracia, la participativa, está presente en cada hogar donde de alguna forma sus núcleos familiares forman parte activa del Sistema Político Cubano: chicos de la casa, los pioneros, custodian urnas y colegios electorales; los mayores de 16 años pueden elegir o ser elegidos para los órganos municipales y provincial y los que posean los 18 años cumplidos, hasta pueden representar a su comunidad en la Asamblea Nacional. ¿Requisitos? Méritos, virtudes, capacidad, prestigio social… reconocidos por los vecinos del área de residencia. No necesitan ser millonarios ni contar con influencia de casta familiar, como los Bush, los Díaz-Balart.

¿Promesas electorales? No hacen falta tampoco: todos los cubanos tienen la educación desde el círculo infantil hasta le universidad asegurada y gratuita al igual que la atención médica; hay trabajo para todo el que quiera hacerlo, a pesar de la crisis global y ninguno de los candidatos necesita más propaganda que su trayectoria personal.

¿Partidos políticos?, para qué, si el pueblo propone desde el barrio hasta el Parlamento a sus representantes sea hombre, mujer, negro, profese cualquier creencia religiosa, sea militar, integre las filas del Partido Comunista de Cuba, la Unión de Jóvenes Comunistas o sea un simple ciudadano, todos poseen iguales derechos constitucionales y electorales.

El Partido Comunista de Cuba no propone, no nomina ni promueve candidatos, es el propio pueblo, los electores los que tienen esa facultad en actos públicos o mediante el voto libre, igual y secreto, tras el cual elige a sus representantes en sufragios tan transparentes, que hasta los “ciegos” enemigos de Cuba podrían cuantificar los nombres de los postulados y las X de las victorias populares en las urnas.

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