Relatos
de un brigadista
Los ricachones de antes de 1959 en Cuba,
cuando no vacacionaban en el exterior miraban con cierto perfil estrecho a su
país, muchos practicaban aquello de que para ciudad La Habana, piscina Varadero y lo demás, áreas verdes. Como
la mayoría de los cubanos vivíamos en el campo, no fue hasta el triunfo de la
Revolución que por primera vez visité la capital, y el famoso balneario
internacional.
A
las pocas semanas de derrotada en tiempo récord la invasión mercenaria de Playa Girón,
dirigida y pertrechada por los Estados Unidos, un grupo de adolescentes de
Camagüey llegamos al campamento Granma de Varadero, donde sumergidos entre
manuales y cartillas debíamos adquirir en solo una semana, el abc imprescindible
para, por llanos y montañas, alfabetizar a la familia campesina. Allí, entre
los organizadores de la gesta educacional, estaba el padre del joven Conrado Benítez, asesinado por bandas
contrarrevolucionarias solo por el “delito” de ser maestro voluntario y negro,
cuyo nombre honró la campaña nacional de alfabetización de principio a fin.
El
grupo de muchachos de Camagüey nos conocíamos de la escuela primaria María de
Mendive y de la secundaria básica “Esteban Borrero”,
fortaleza militar convertida en centro escolar. Los bisoños maestros del
cubículo que me tocó nos llevábamos como hermanos; sin embargo, el piquete
acordó ponerse nombres de canes según las características físicas y características personales. Así nos
relacionamos perro chino, negrito, sato, bulldog…perro flaco, por supuesto. ese
era yo que apenas pesaba ochenta y picos libras y para colmo, encima de mi
litera dormía perro bulldog.
Perro
Bulldog de apellido Pavón, era
corpulento pero medio entretenido y el día que una fila de enfermeras ponía
dosis de la vacuna antitetánica se distrajo y lo pincharon varias veces y por
la noche la reacción febril fue tremenda y en su ayuda acudimos todos los canes
de esa camada.
Los
siete días- aunque permanecí el doble- transcurrieron vertiginosamente entre
enseñanzas pedagógicas y actividades recreativas. Recuerdo que nos llevaron al
yate El Criollo, del célebre doctor Luis Humberto Vidaña, descendiente de un capitán del ejército
colonial español y quien -con su tripulación- ganó la regata transoceánica
Newport-España. Ni en película los
inquilinos de las “áreas verdes” habíamos visto una obra marítima tan lujosa
como ese yate, construido con madera preciosa por obreros cubanos: solo la
quilla se valoraba en aquella fecha en más de medio millón de pesos. La pulida cubierta
competía con el eterno sol de Varadero y recuerdo que lo “abordamos” bajo la
exigencia en plantilla de medias o
descalzos para no rayarla.
Ansiosos
estábamos todos los camagüeyanos de ese grupo por cumplir la tarea que nos
había asignado Fidel, cuando para sorpresa mía solo dos no aparecíamos en el
listado: Raúl Ortega, amigo que coincidimos después en la primera recogida de
café de la Unión de estudiantes Secundarios (UES) en la Sierra Maestra, en el
mismo equipo de voleibol de los primeros Juegos Escolares y en el llamado a la DAAFAR del Ministro de la FAR Raúl
Castro antes del Servicio Militar Obligatorio. Ambos hicimos lo imposible para
regresar con nuestros compañeros y nada.
Fueron
tantas las veces que insistimos que el
responsable del campamento, para salir de nosotros, usó una broma pesada, sobre
todo para mí: “Les digo -nos dijo-: cuando les tiraron las placas de los
pulmones ustedes presentaron problemas y por eso se quedan aquí”. Bueno, pensé,
yo puede ser, pero el gordo Ortega tan
rozagante…y terminada la próxima semana
de entrenamiento, que nos sabíamos de memoria, retornamos a Camagüey y seguidamente ubicados en un intrincado paraje
de la geografía avileña.
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