Un cafetazo oriental

Este octubre lluvioso para toda la Isla, y huracanado para las regiones montañosas del Oriente cubano, me recuerda dos epopeyas estudiantiles trascendentales sobre las lomas indómitas: La primera recogida de café en medio del peligro mundial de la Crisis de los Cohetes Nucleares, y la segunda cosecha del aromático grano, amenazada por los mortíferos vientos y severas inundaciones del Ciclón Flora, un año después.


Para llegar hasta el Cuartón Antimonio en la Sierra Maestra, había que cruzar muchas veces el Río San Pablo de Yao, de estrecho cauce y potente caudal, y tras llegar a la tienda del pueblo de Almendral, subir por las empinadas estribaciones de La Cucaracha hasta coronar  una meseta abierta a hachay machete entre el bosque tupido de árboles centenarios, donde se escondían debajo de sus mustias hojas el mate o Cayajabo, la Santa Juana y el Ojo de Buey, suvenires serranos que colgaban en los cuellos juveniles de los citadinos.

Éramos 17 estudiantes, solo una avanzada de la secundaria básica Esteban Borrero, Ciudad Escolar de Camagüey, colgados como murciélagos de hamacas de lonilla de diferentes puntos de un rústico esqueleto de madera rolliza de la casita de guano en la finca del campesino serrano Pantaleón Castellanos.El otro grupo quedó abajo, en Almendral, donde había una poceta deliciosa de aguas "heladas".
Ramón Martín, el mayor del grupo, que no era estudiante sino trabajador de un taller de chapistería cercano a la secundaria, fungía de jefe por su  madurez y venático carácter. Por eso quizás lo respetaban y, porque , además, siempre predicaba con el ejemplo a la hora de trabajar.

Él puso la "ley inicial" de que cada día uno del grupo tenía que quedarse y elaborar el amuerzo y la comida, lo que implicaba unos cuantas bajadas y subidas al río para buscar el agua y también la leña. Los restantes compañeros, morral en ristre, recogían el café maduro y pintón, sin ordeñar los gajos, solo con el rápido movimiento de los dedos como quien saca notas celestiales de un instrumento musical.

De hecho, halar hacia el morral al amanecer una rama cargada del preñado grano implicaba mojarse de la cabeza a los pies, para agudizar más el frío habitual de la serranía, cobijada por un cielo gris, plomizo, donde los altos árboles sombrean cafetales que no dejaban a penas pasar los finos rayos del sol, en contraste con el descenso de las nubes que siempre al atardecer bajaban cual bocanadas gigantes de humo blanquecino.

El tiempo "invernal" y la escasa alimentación provocaban más ansias de comer y así, el primer día, todos pensaban en llegar cuanto antes a consumir el rancho, pero ni el arroz empegotado ni la carne rusa enlatada supo a gloria esa primera vez.

En lo adelante, y todos estuvieron de acuerdo, el negro Noriega ducho en secretos culinarios y hábil con el hacha en la mano para hacer palillos de un grueso tronco, se encargaría de la cocina y así fue hasta el fin de los casi tres meses de movilización, de rudo trabajo por el día, de largas caminatas con el café recogido al hombro hasta el secadero y guardia en las noches de peligro inminente de la Crisis de Octubre.

Hoy, a la distancia de medio siglo, me encuentro cada rato con avejentados jóvenes de aquel contingente Manuel Ascunce, nombre de uno de los mártires de la Campaña de Alfabetización desarrollada, casi por los mismos bisoños un calendario antes.

A la distancia de 50 años, vivimos en la misma calle de La Vigía, Ramón Martín, Gaspar Vals y yo, y a cada rato coincido con el negro Noriega de cabeza blanca a estas alturas, Antonio Maique, Alberto Fernández y hace algún tiempo no veo a Raúl Ortega, Ricardo Saavedra, Jorge Luis Lazo, Pedro Fiallo,  Mariano Meriño...Elba y Mírtila Gutiérrez, en fín, el tiempo, el implacable...

Sin duda, fue una hazaña juvenil, de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), minimizada y  poco divulgada, tal vez por el gran acontecimiento de todo un pueblo como fue la defensa de la Isla frente al gran imperio nuclear USA; sin embargo, queda mucho por escribir y describir de esta rica experiencia de trabajo forjadora de jóvenes con mucha adrenalina: La mesa está servida.


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