La caña de azúcar vuelve a retoñar sobre los suelos de Camagüey, para que su dulzor en granos de calidad inigualable retorne con fuerza económica al mercado internacional. Hombres y mujeres, máquinas sofisticadas e implementos rudimentarios se acondicionan a las características de cada plan agroazucarero, para que los cañaverales suban sus tonelajes de materia prima y las industrias llenen sus capacidades de explotación. Muy temprano en la mañana los plantones sudan rocío bajo los primeros rayos del sol y los cuerpos también transpiran humedad. Quizá, Mirta Álvarez Guerra, no conozca a Delsa Toledo González ni a Milesni García Cruz. Ese día hacían labores diferentes separadas por decenas de campos de caña. Por más que asombre, a Mirta no le disgusta estar embarrada de grasas, y le creo, porque para cada labor, oficio, por difícil que sea, se requiere vocación, amor por lo que se hace y, además, ella, por más de 30 años, está casada con un operador de tractor. -Sí, el trabaja también aquí y se llama Fernando Breñas Valle. Tenemos tres hijas y tres nietos. ¿Pero tú no le echas más combustibles a él que a los demás? -No, ¡qué va! Igual que a los otros operadores. -¿Y dónde está hoy? -Durmiendo en la casa. ¿Cómo que durmiendo…? -Laboró toda la noche rompiendo tierra…Fíjate, que él salió y yo entré, a veces estamos juntos pocas veces en la semana, aunque siempre hacemos nuestro tiempo…” Mirta suelta al descuido intencionado las últimas palabras y sonríe picarescamente como despedida, al reclamo de un nuevo engrase de un equipo agrícola. Dos voluntarias entre surcos La tarea que realizan es de manera voluntaria, fuera de sus funciones de trabajo, y es dura, aseguran las dos sin ambages, pero…”Necesitamos incrementar las plantaciones cañeras y los rendimientos agrícolas de nuestra Unidad Básica de Producción Cooperativa para que el central Carlos Manuel de Céspedes muela como el reloj que siempre fue”, expresó Delsa. Y Milesni añadió: “Si logramos aumentar la producción de caña, crecerá la de azúcar y también la economía provincial, nacional, y los salarios de todos nosotros”. Y una protegiéndose del sol con un sombrero de yarey bien cubano, y la otra con una pañoleta, prosiguieron la ruda faena de tapar los largos surcos de caña con rústicos azadones, nada cómodo para quienes desempeñan actividades diferentes, pero que realizan gustosas y convencidas de que en la Revolución no hay un espacio que ellas, las mujeres, no puedan ocupar con sobrada eficiencia. (Rolando Sarmiento Ricart/Colaborador de Radio Cadena Agramonte/ Fotos: Orlando Durán Hernández). |
Tres mariposas en un bosque de azúcar
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