A los ancianos, generalmente, les tiembla la voz apagada. Quien
disque su número telefónico escuchará de respuesta un !DÍGAME! potente, claro,
autoritario, que se vuelve melaza con la conversación inteligente.
Una vez durante un recorrido de “terreno”, como califican las enfermeras a las esporádicas visitas a
determinados longevos, ella abrió la puerta y las compañeras de la Salud quedaron admiradas de que aquella persona con su cabello negrísimo y el vestuario de una
mujer moderna, era la “paciente” que buscaban.
En otra ocasión he salido a lidiar con los toques a la puerta y hasta me han preguntado
que si me señora está... “No, no, la rubia no, sino la
trigueña...”. Quizá por ello se venga de mi
pelo totalmente nevado para decirme viejo, otras veces, cuñado, en fin, para bromear y reírse de los años.
Desde muy niña ocupó un papel preponderante en
la casa: segunda de una prole de 10 hermanos
casi en escalera, y a pesar de
que entonces los perros se amarraban con longanizas , ella no creyó en que la curiosidad mató al gato y siempre metía las narices donde la
llamaban y donde no, para aprender desde pequeña a coser,
lavar, cocinar, fregar... con la pulcritud de gente pobre, pero honrada y entre
procreación y procreación materna, ocupó la riendas hogareñas, sin perdonarle la “vida” a cuantos libros y textos caían en sus manos.
Jovencita se echó a cuesta la casa y los estudios de magisterio en la Escuela
Normal de Camagüey, y tras graduarse y
casarse, dosificó los quehaceres de cuatro hijos y la enseñanza primaria de muchos niños en las zonas rurales
sureñas de Monte Grande, Aguilar... y otros parajes
intrincados de la provincia, en donde compartió con sus hijas mayores
movilizaciones de la escuela al campo y los arriesgados pasajes de la campaña de alfabetización.
Cienfueguera, avileña de niña y juventud, finalmente camagüeyana, sorteó las penurias de otras épocas: las crisis del
machadato, los horrores del batistato, los mejores años de la Revolución y el período especial, donde
nacieron y se crían -dentro y fuera de Cuba- 10 nietos y siete bisnietos, todos con algún ajuar bordado o tejido
por sus propias manos. Un día dejó de impartir clases de matemáticas y con la medalla “Frank País” en su pecho le dijo adiós al pizarrón , nunca al magisterio.
Jamás está aburrida, juega a las
cartas, y siempre gana, habla por teléfono con las escasas amigas
diseminadas en el país o lamenta con sus familias la pérdida de aquellas que
abandonaron la vida y se entera ahora.
Desentraña crucigramas, lee cuanto cae en sus manos nada temblorosas, y
está actualizada de Cuba y el mundo a través de la prensa y los noticieros.
Gusta de todo género musical, aunque refiere la música clásica y la practica con su
voz de soprano, baila, y no hay fecha de la historia familiar, vecinal o efemérides de la historia
universal que olvide o desconozca.
Que, ¿Quién es la mamá de mis cuñadas? Ni el nombre y los
apellidos son fáciles u ordinarios: Fredesvinda Estenoz Arrandiaga, una sencilla y versátil señora que el venidero13 de
junio cumplirá 95 años de útil existencia.
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