Es
una diosa sin pretender serlo ni ver y saberlo todo. Se niega a
gobernar sentada en un estático trono terrenal, por eso clona el
rostro en tantos otros iguales y diferentes cual la vida misma y sus
épocas, suerte de reencarnación - nada mítica-, de metamorfosis
sanguínea de ancestros y descendientes.
L
a cubana, es una simbiosis de miel y acero, sacrifica amaneceres,
desafía huracanes tropicales y de incomprensiones machistas sin
perder esa fuerza interior con que sonríe al dolor lacerante, pero
nunca se rinde: germina, brota con la misma dulzura y entereza fuere
los tiempos más duros y especiales que la agobian en ese
transformismo insustituible de hija, esposa, madre, trabajadora
social y doméstica, hasta “padre”.
La
cubana, templa con ejemplos verdaderos la existencia de sus hijos,
de sus seres queridos, descarriados o no, y los convierte en héroes,
en silencio cómplice o reproche firme; en estrellas para solear
las noches más negra y a todos los guía y alienta a enhebrar
largos días para que, junto a las nuevas generaciones, crezca la
economía de los más, y ¡jamás!, espera en el sitial ganado
por los frutos de las semillas plantadas en los surcos húmedos o
polvorientos de la vida, porque sabe que la necesitan en todas
partes para pensar, crear, hacer... y no falta, siempre es puntual.
Antes
también en Cuba, la gran mayoría fue relegada, encasillada a los
caprichos y deseos sementales de las curvas corporales , las caras
bonitas, pacientes y sumisas hacedoras del tradicional baño tibio
y la exquisita comida abrigada entre tizones candentes a la espera
del hombre. Nada parecía cambiar pese al reclamo valiente y
extemporáneo entonces de Ana Betancourt en Guáimaro, hasta que
Haydée, Melba, Celia, Vilma…conquistaron un puesto insustituible
en la lucha clandestina y en la trinchera guerrillera de la Patria y
nació la Federación de Mujeres Cubanas para que la fecha de la
luchadora alemana Clara Zetkin se llenara de marianas cada marzo.
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