Ese día, ese 8 de Marzo de
la década del setenta, amaneció con un cielo más azul que nunca y sol de plata como para envolver el más exigente regalo
femenino.
La dirección del periódico
me asignó la cobertura del acto de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en el
Ateneo de Garrido, el “coliseo” deportivo mayor de la ciudad de Camagüey en esa
época, actividad muy bien organizada por dos queridas divulgadoras de la
organización, Chela y la China.
Mientras las federadas,
llegadas desde todos los confines de la provincia, se acomodaban sentadas o de
pie en el anfiteatro deportivo y sus alrededores, una avioneta sobrevolaba el
lugar y lanzaba propaganda alegórica a la fiesta femenina, ocasión en la que se
constituirían, además, los Batallones de la Federación para la atención a las
plantaciones agrícolas, por lo cual el delegado de la Agricultura era invitado
especial, sentado a la derecha de Nora Frómeta, secretaria general de la FMC en
Camagüey, quien después fue Ministra de la Industria Ligera.
Quizás por la consistente
relación que mantenía con la fuente, casi me obligaron a sentarme en los
puestos traseros vacíos de la presidencia, algo inusual, y casi también sin
darme cuenta subió un grupo de federadas portadoras de obsequios artesanales confeccionados
en las delegaciones para “nosotros”. Me tocó un paquete de naylon transparente
con unas decenas de pitos metálicos de esos que con el pulgar y el índice se
les tapa los huecos laterales y rompen tímpanos con punzantes sonidos agudos.
¿Qué rayo voy a ser con
tantos pitos, que ni hijos aún tengo y mucho menos sobrinos? Y cuando meditaba
lo que haría con el paquete de bulla, se acercaron unos muchachos y comenzaron
a pedirme los silbatos manufacturados y, sin pensarlo dos veces, regalé el
bulto y en segundos se formó la algarabía de silbidos estridentes por todos los
ámbitos del Ateneo, y yo, con la vista fija -como con tortícolis- en el
cielo limpio buscando el otro pase salvador de la dichosa avioneta que no volvió a cruzar.
Las notas del himno nacional
trajeron la solemnidad requerida, mi paz interior y dieron paso a la
constitución de los batallones María Cabrales, Mariana Grajales, Luz Palomares... acompañados con sus
correspondientes compromisos agrícolas de caballerías de siembra, limpia y
fertilización a acometer por las federadas en sus respectivas regiones
territoriales, que entonces entre otros eran: Camagüey-Vertientes,
Amancio-Santa Cruz, Florida-Esmeralda…
Los periodistas y lectores
que han vivido más, recordarán que en esos tiempos la VALCO era una Empresa del
Partido Provincial que, como ahora lo hace La Empresa de Medios y Propaganda,
montaba los actos político-culturales: todo un andamiaje vertiginoso de palos
blancos, rojos y azules y banderolas de iguales colores, pensamientos y
consignas alegóricos, y el piso de la tribuna era de travesaños o listones
espaciados, sobre los cuales descansaban las
afiladas sillas de zinc galvanizado, destructoras de pantalones, faldas
y vestuario de todo tipo.
Cuando el compañero del
Partido, muy querido en los municipios de Camagüey, Florida y Nuevitas, HIZO
USO de la palabra para resumir la actividad política, (porque así redactábamos
casi todos los periodistas aprendices), una
de las patas del asiento metálico del representante de la Agricultura cayó entre dos travesaños y en lo que se caía
y no se caía y Nora trataba de sujetarlo, la risa femenina estalló inevitable
en medio del aquel sano festejo.
Entonces, para tratar de salvar el inesperado
trance, el dirigente del Partido expresó: “¡RíANSE, RíANSE…porque esto quiere
decir que ante el empuje de las federadas camagüeyanas, la Agricultura ya está
temblando…”
Semanas después y con el
apoyo del Ministerio de la Agricultura en la provincia, las mujeres comenzaron
a escribir récords productivos aún hoy imbatibles sobre la llanura camagüeyana,
codo a codo con los obreros agrícolas del sector.
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